Isabel II de España reinó desde 1833 hasta 1868, sucediendo a su padre, Fernando VII. Su reinado estuvo marcado por la inestabilidad política, incluyendo dos guerras carlistas y constantes luchas entre liberales y conservadores. Isabel II se enfrentó a numerosos desafíos, como la corrupción en la corte y la oposición a su gobierno, que resultaron en varias crisis ministeriales. A pesar de algunos intentos de reforma, su administración fue criticada por su autoritarismo y falta de habilidad política. En 1868, la Revolución Gloriosa la obligó a abdicar y exiliarse en Francia. Su legado es uno de controversia, con una reputación afectada por escándalos personales y una gestión cuestionada que contribuyó a la inestabilidad en España. Murió en 1904, dejando un país dividido y en busca de un nuevo rumbo político.